Amar no es un crimen
© Joel Aguilozi, 2017
Me desperté con la luz grisácea del amanecer; había pasado una noche tranquila, sin sueños, y me sentía como nuevo. Sin embargo mis preocupaciones seguían siendo las mismas de siempre, las horas de descanso no cambiaron nada. Me asomé por la ventana. Iván, en ropa interior sacudía la alfombra en medio del parque. Me saludó cordial como todos los días; le pregunté por que sacudía la alfombra con tanto empeño, “la lavé ayer” le dije; sonreí y pensé “su obsesión no cambió desde que lo conocí, siempre quiere tener todo en orden, quizás eso fue lo que despertó parte de mi amor por él”, todavía recuerdo el día cuando le dije a mi padre que me había enamorado… Y como no recordarlo, si ese fue el último día que pasé en mi casa, el último día que me habló. No quiso ir a despedirme. Hubiera querido decirle adiós, o simplemente “te quiero viejo”.
¿Por qué no entender que ese era mi destino?, no pudo perdonarme, y fue lamentable que Iván por ahora no llenara ese vacío. A veces mientras intento conciliar el sueño me pregunto, ¿por que existe la discriminación?, quizás nadie tiene la respuesta, quizás la naturaleza del ser humano es temer a lo diferente, y hacerlo un lado sin saber de que se trata, dejándose llevar por los cánones de una sociedad intolerante.
Me levanté para desayunar con Iván. Ya teníamos dos años de vivir juntos, y por las mañanas solíamos contarnos los sueños que habían invadido nuestra mente mientras dormíamos. Yo, esa noche, no había tenido sueños o pesadillas, su sonrisa no me tranquilizó como todas las mañanas, y conociéndolo, intuí que escondía algo.
En pocos segundos todo cambió en la vida de ambos –No hace mucho me diagnosticaron H.I.V – dijo.
Lo primero que pensé fue lo más lógico en esas circuns tancias… eso significaba que yo también padecía la enfermedad. No era el momento de hacer reproches o buscar culpables, lo único que le dije fue: – ¿Por qué tardaste tanto en decírmelo? –No sabía cómo lo ibas a tomar –fue la respuesta. La primera semana fue aterradora, las pesadillas volvieron; posiblemente intentaban decirme que ya me habían puesto sobre aviso durante este último tiempo. En medio de la noche despertaba al lado de Iván, empapado en sudor y temblando de miedo por lo que se venía. Recordé que Dios existe y le pedí con fervor que no fuera cierto.
El primer mes pasó, y luego de los estudios, supe que como mucho teníamos unos pocos años más de vida, pero ahí fue cuando todo cambio para mi, y para Iván. Decidimos aceptar las cosas como eran, seguir con nuestras vidas. Logramos que esos últimos años fueran nuestro tesoro más valioso.
Cada momento, cada día, fue en pleno gozo, y sin darnos cuenta descubrimos como encontrar la felicidad a pesar de nuestros grandes problemas. Supimos que la muerte no es el fin del todo; que la felicidad esta frente a nosotros y a veces no la encontramos. Tuve que pasar por eso, para comprender que la vida se compone de momentos y de nosotros depende iluminarlos o dejarlos a oscuras. Hoy después de mucho tiempo, pude reencontrarme con mi viejo y decirle “te quiero”.