La misión de Mark
© Joel Aguilozi, 2017
Mark, compró su primera casa con el dinero que fue ahorrando de su trabajo en los cruceros. Hablaba fluidamente español, alemán, francés y hasta un poco de ruso y por supuesto inglés, su lengua materna. Llevaba tres meses fuera de Inglaterra y ya entraba el mes de noviembre. Habían cruzado el Atlántico hasta Barbados y ansiaba regresar a su nueva casa.
Por fin llego el día, y cuando entró no pudo creerlo, la vivienda estaba llena de ratas. Iban y venían de un lado a otro, pensó llamar al fumigador y al propietario de la vivienda.
–Oye idiota ¿qué cree que vas hacer? – le dijo una de las ratas. Estamos aquí para ayudarte, eres el elegido – Ahora sí, Mark no entendía nada, y esta vez sí que no bromeaba. La rata se subió a un banco de madera que Mark construyó antes de partir y estirando su patita le dijo: –Mucho gusto, me llamo Jo. Mark, estupefacto no coordinaba sus pensamientos. ¡La rata hablaba y hasta lo saludaba!, quizás se trataba de una mala pasada que le jugó el whisky, o se trataba de un absurdo sueño No, no lo era, Jo era real, también los demás rodeadores, Mark no estaba borracho ni drogado, tampoco soñaba; entonces, ¿que estaba sucediendo? Sin decir nada, Jo saltó de la silla y lo golpeó en la cabeza. – ¡Idiota no es un sueño! –dijo furioso. Como veía que Mark no entraba en razones, Jo le explicó: –Hace muchos años; un dios terrible nos envió a las ratas como castigo por los pecados de la humanidad; produciendo muchas de las enfermedades, debido esto las ratas adoptamos una naturaleza repulsiva y hasta fuimos odiadas, era tiempo de que esto cambiase – ¿Que quieres decir? –Mark, tu eres inmune a todas las enfermedades. Puedes crear vacunas de casi todos los virus, solo con tus células. Eso te llevara toda la vida. Dime ¿en verdad crees que fue casualidad que compraras esta casa?, la voluntad de Dios existe y ahora te está poniendo a prueba. Sígueme, quizás así entiendas mejor.
Bajaron al sótano y Mark encontró aparatos extraños; era el legado del antiguo propietario de la vivienda. Al principio no fue fácil para Mark asimilar esos sucesos. “Hijo, estás para cosas grandes” le decía su padre a menudo, y no se equivocaba. Mark comenzó a trabajar y descubrió su talento para la ciencia, talento que permaneció escondido.
Los años pasaron y las pestes fueron cesando sin que nadie supiera de Mark. Sin embargo algo le preocupaba; ¡No tener fama! Jo, siempre le decía “tranquilo, todo llega”, lo que Mark no sabía era que por primera vez, honraba su propia existencia y la de muchas personas. Un día, la fama que Mark buscaba, llegó. Ahora si permítame decirle señor lector, creo que estoy en condiciones de decirle que Jo y los rodeadores eran ni más ni menos que ángeles, ángeles enviados con una sola misión; evitar tanto sufrimiento.